jueves, 26 de junio de 2014

TANMAY EL ABSORTO

Espero que esta historia breve les guste, acabo de escribirla así que... recién salida del horno!


Cuando Tanmay ingresó al salón el maestro llevaba varias horas meditando. Entró descalzo, sin hacer ruido. Pensaba, mientras lo reverenciaba mentalmente, qué tan profundo habría llegado el anciano. A medida que se acercaba, paso a paso, se sentía cada vez más en soledad, predispuesto para la meditación y temeroso de perturbar la serena quietud del cuarto. Cerró sus ojos.

Las inhalaciones y exhalaciones de Tanmay fueron disminuyendo lentamente, hasta el punto en que parecía no respirar. Todo fue desvaneciéndose a su alrededor. Tras una primerísima y breve sensación de la Nada, comenzó su tribulación. Cuestionamientos que lo alcanzaban aún en lo más lejano de su viaje. Abrió los ojos. Él no lo sabía, pero habían pasado casi dos horas. El maestro seguía inmutable.

Tanmay cerró los ojos nuevamente. La tentación de encontrar el motivo o la solución de su tribulación era fuerte, pero la verdadera respuesta era la sensación de la Nada. Pensó en no pensar y se alejó un poco de la profundidad requerida. No reaccionó y muy pronto se hallaba muy cerca pero igualmente distante. Algo le pesaba sin que el lo supiera. Se alejó de la profundidad de su adentro del cielo y regresó al salón, habiendo transcurrido esta vez más de cuatro horas, sin que él lo supiese. Percibió que el maestro seguía imperturbable. Pero esta vez lo supo sin abrir sus ojos, por lo que continuó.

No sabía cuándo o cómo terminaba una meditación verdaderamente profunda, porque jamás había conseguido una. Le habían enseñado que, con el tiempo, su cuerpo entrenado en esos misterios sería capaz de soportar períodos increíblemente largos en los que por fuera se vería inmóvil, pero él no percibiría el tiempo, ni el cuerpo. No percibiría nada porque llegaría más allá, antes, primero, que toda percepción. Sabía todo esto, pero no pensaba en ello. Casi tocaba la Nada, pero tuvo que esforzarse demasiado y perdió su cielo, cayendo o saliendo del mismo. Lo que antes le pesaba, ahora lo agobiaba. Abrió los ojos de golpe y al tratar de incorporarse de un salto el cuerpo no le respondió. Había arañado un límite, aunque no sabía de qué, y mil ojos se habían posado indiferentemente sobre él. Allí no había lugar para el horror, pero alcanzar la Nada era impensable, por principio, y el había devuelto la mirada a cada uno de los mil ojos y había pensado en ellos. Por un instante había rozado una extensión infinita de conocimiento, y de alguna manera aquellos ojos eran la demostración de que estuvo a punto de alcanzar algún Saber, pues pudo vislumbrar lo que ocurría allí mismo, a su lado. No había nada espantoso allá adentro, repetía, con el cuerpo entumecido y la vista fija en el inamovible maestro. Habían pasado ocho horas más, el maestro llevaba muerto al menos dieciséis, y una mosca, salida no se sabe de dónde, coronaba el cadáver.

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Hernán



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