Se cuenta que a principios de 1900 una familia conformada por tres integrantes (papá, mamá e hija), vivían en una zona apartada de una montaña. Un sábado como cualquier otro, los padres enviaron a la pequeña de apenas 5 años a recolectar para el desayuno y el resto del día.
La niña obediente sale, como tantas otras veces antes, a buscar las uvas y otras frutas para su familia. Al pasar varias horas y percatarse de que la niña todavía no regresaba sus padres preocupados comenzaron su búsqueda, gritaban su nombre con desesperación y fueron a todos los lugares cercanos, pero la niña no aparecía.
Las horas se transformaron en días y un grupo de voluntarios del pueblo se ofreció para ayudar a los padres a buscar a su pequeña hija. Durante semanas se mantuvo la búsqueda e inclusive buscaron en las profundidades de un barranco de la zona, no había rastro de la niña, ni de su ropa o la cesta que llevaba, por ningún lado habían huellas, pareciera como si hubiera desaparecido sin más.
El matrimonio quedó profundamente afectado, no pudieron superar tan irreparable pérdida y a pesar de ser una pareja joven no quisieron tener más hijos. Todas las noches el matrimonio rezaba por el descanso eterno del alma de su pequeña, ya que aunque nunca se descubrió el cuerpo ellos estaban casi seguros que la niña había fallecido.