viernes, 30 de septiembre de 2016

EL EMBARAZO

 
Dicen que sin hijos, el hogar no es completo. Por eso el matrimonio Valera se sentía tan inconforme, pues ya eran algo mayores, y las posibilidades de tener hijos parecían muy lejanas…

Con todo, los esposos decidieron hacer un último esfuerzo. Escucharon de nuevos tratamientos de fertilización, y quisieron probarlos. Consultaron a diferentes médicos, se sometieron a exámenes y finalmente empezaron el tratamiento.
Por ese tiempo, contrataron a una chica proveniente de la selva para que ayudara a la señora en las tareas cotidianas. La muchacha tendría unos 19 años, era guapa y sobre todo, muy atenta con el señor Valera. Tanto que no pasó mucho para que ambos tuvieran una relación a espaldas de la señora…

Pasaron los meses, y la señora no quedaba embarazada. El señor decidió cortar la relación que tenía con la empleada, para poder dedicarse por completo a su esposa. La muchacha se resistió al principio, pero luego, para sorpresa del esposo infiel, se mostró serena y quiso seguir trabajando, prometiendo que no volvería a ocurrir nada entre ellos.

Todo siguió con normalidad, hasta que la joven le ofreció a la señora un tratamiento tradicional que, según dijo, hizo madre a su tía abuela a los 56 años… La señora, deseosa de ser madre a toda costa, aceptó sin decirle a su esposo. Al siguiente día dejó que la muchacha fuera a su tierra por las hierbas que solo crecían allá, y que eran muy necesarias.

Así, a base de infusiones, preparados y baños en hierbas, la señora quedó embarazada. Parecía un milagro, el esposo agradeció a los médicos, suponiendo que era gracias a ellos la venida del tan esperado hijo. Por su parte, la esposa guardó silencio y siguió cada cosa que la muchacha le decía al pie de la letra…

miércoles, 14 de septiembre de 2016

TIERRA DE CEMENTERIO

Esta historia provocó revuelo en el Colegio Sagrado Corazón (Tucumán), donde un docente fue separado de su cargo por utilizar este cuento para una evaluación (pueden leer la noticia aquí). Su autor es Julio César Gallardo. Espero que lo disfruten.




La noche es clara, muy clara. El plenilunio le da su claridad.
Las tumbas y criptas como en una visión, aparecen y desaparecen tras las figuras de negro o semidesnudas que corren, se retuercen y gritan entregándose al desenfreno de la orgía en medio de carcajadas y chillidos semejantes a los de las hienas.
Ahora, con los leños crepitando en la hoguera arrojando su luz sanguinolenta sobre los cuerpos artos de ultrajarse, la escena es literalmente de pesadilla y se dilata hasta una hora en que la luna se ha movido varios grados más allá del medio cielo.
Exhaustos, rendidos, intoxicados y drogados por los vapores de asafétida, belladona, y otras tantas hierbas narcóticas, los cuerpos desparramados por el suelo parecen cadáveres escapados de las tumbas alrededor. Hay un hedor en la escena que no procede de las tumbas. Mirarla repugna, y algún valor impreso en la mente y el alma, se reciente y asquea sin poder definirse muy bien porqué.
En un vano esfuerzo diré que se siente como terror, asco y humillación.
Antes que la otra claridad sea evidente, una mujer muy vieja de carnes caídas y pelo sucio, se arrodilla junto a una tumba antigua. Rascando un poco la tierra húmeda y removida, hace contacto con la madera podrida de tiempo, e incorporándose un poco, ataca con el talón izquierdo la tapa que pronto cede astillándose hacia adentro. Tierra y madera caen al interior desplazando el gas espantoso que le pega de pleno en el rostro que ni pestañea. Luego mete la mano en el interior y extrae un manojo de huesos pequeños aun prendidos entre sí por restos de tendones o ligamentos mezclados con tierra y restos te tela. Este macabro puñado lo deposita a un costado y lo que realiza después es casi indescriptible. Dudo que la persona corriente conozca la operación que aun no estoy seguro de atreverme a describir. Si su sensibilidad es mucha y sus valores cristianos muy arraigados, le ruego abandone aquí mismo esta lectura. Pero si su curiosidad puede más, le ruego perdone mi crudeza narrativa despojada de delicadezas en pos de la veracidad.
Este engendro femenino, esta arpía infernal que espero no tenga hijos, se acuclilla sobre los restos sepulcrales que acaba de extraer y orina sobre ellos soltando chillidos que crispan los nervios mejor templados. Es un espectáculo repulsivo que no hace más que comenzar.