sábado, 9 de febrero de 2013

BARRICADA / BARRICADE (Historia bilingue)

Estoy a punto de hacer algo muy estúpido.

Sé que es estúpido. Lo sé. Pero no creo que tenga otra opción. Y tengo que hacerlo ahora, mientras tenga el valor y la voluntad, y mientras mis manos sigan estando firmes.

Estoy enfermo. Siempre he estado enfermo. Algunos días son mejores que otros. Cuando era joven, mis padres rezaban porque se tratara de un precursor de la aparición de la epilepsia, pero los ataques nunca llegaron. Simplemente... no puedo confiar en mí mismo.
Veo cosas. Algunos días, puedo oírlas y olerlas también. Debería decir que solía verlas. Después de probar todas las combinaciones posibles de píldoras que a tres médicos se les ocurrieron, pensé que por fin había encontrado la combinación química adecuada para mi confundido cerebro. Ya han pasado seis años de estabilidad y normalidad relativas, en los que cambié un centro de rehabilitación por un pequeño apartamento, una colección de efectos secundarios soportables en su mayoría, y un trabajo estable. Me doy cuenta de que esto probablemente suene aburrido para la mayoría de la gente, pero atesoré cada momento de esa monotonía dolorosamente simple.
Desmejoré de golpe.

Viernes por la mañana. Me despierto del primer sueño que he tenido en años, una fantasmagoria vívida de colores y sonidos, y de mala gana salgo de mi apartamento limpio y estéril para hacer el corto viaje hacia el trabajo.

Lo noto en cuanto el ascensor se abre, la quietud y el silencio sobrenatural en el pesado aire. La puerta principal del complejo abierta, sin seguro y meciéndose suavemente, un mínimo rastro de humo a la deriva en la brisa húmeda. Afuera, las amplias calles están vacías y desnudas. De repente mi boca se seca y giro sobre mis talones, coronando una paralizante ola de pánico y déjà vu.
Esta alucinación particular, el silencio, el humo y el vacío, fue siempre la más frecuente, no la he tenido en seis años, pero la familiaridad me aguijonea. Cierro los ojos con fuerza, y golpeo con mi mano el panel de botones astillados. Momentos más tarde estoy en la último piso, caminando medio ciego el trayecto hasta mi puerta, con practicada familiaridad. Una vez adentro me siento en la cama, agarrando firmemente la empuñadura de mi bastón, con los ojos cerrados, respirando lenta y profundamente. Concentrado. Calmado. Despejado. Abro los ojos.

No puedo estar fuera así, lo sé. Fui golpeado por un coche cuando no tenía hogar, deambulando aturdido por la calle, mientras mi mente enfebrecida sólo veía el vacío. Voy a necesitar un reemplazo de cadera antes de los cuarenta. Puedo oír las astillas del hueso triturándose un poco con cada paso que doy. Llamo a mi jefe, y le dejo un mensaje breve, disculpándome por estar demasiado enfermo para trabajar hoy.

Aguanto la respiración cuando abro la única, pequeña ventana en mi estudio. Está muy cerca del edificio de al lado, casi puedo tocar la pared de ladrillo y no puedo ver la calle desde esta altura y ángulo: pero a medida que me esfuerzo para asomarme a la ventana, sonidos de gritos y algunos bramidos de motor llegan hasta mí. El manto de silencio sobrenatural se ha roto, y siento una gran alivio, sabiendo que mi episodio ha terminado.

Estoy contando las pastillas en columnas ordenadas sobre la mesa, asegurándome por quinta vez de que he tomado mi dosis diaria, cuando empiezo a oír los gritos. Vienen de muy abajo; subiendo los montantes y soportes de la torre hasta que parecen emanar de los huesos del edificio.

Una hora más tarde, los sonidos parecen estar justo afuera; horribles, aterrorizadas y rudimentarias palabras a medio formar y súplicas, interrumpidas por gritos húmedos, rasgados y pesados ruidos sordos. Los ejercicios de respiración y relajación no están ayudando, y estoy agarrando el borde de mi cama, empapado en sudor. La idea aparece totalmente formada en mi mente: tengo que hacer una barricada en la puerta. Me esfuerzo por suprimirla. Sería como que darse por vencido, todos los progresos que he hecho serían en vano si acepto la noción de que el episodio es real.

Pero los gritos... esto es nuevo para mí.

Hay movimientos confusos afuera, y el pomo de la puerta gira y se estremece violentamente contra el cerrojo. Trato de gritar, pero mi garganta está reseca y sólo emite un graznido seco. La puerta comienza a doblarse ligeramente como si algo pesado empujara afuera, y un coro demente de voces farfullantes escupe un sinsentido de sílabas rotas.

Sólo me toma un momento decidirlo. Me pongo de pie y tiro todo mi peso en la estantería, estrellándome contra ella con una ráfaga blanca y brillante de dolor. Se derrumba lentamente, inclinándose primero como un árbol y luego aplastándose contra el suelo. En la parte superior de la estantería pongo mi escritorio y las sillas, mientras mi cadera chirría con cada paso. Me derrumbo de nuevo en el suelo, conteniendo la respiración, y escucho el golpeteo y las horribles voces disminuir.

Eso fue hace dos días.

Vienen todos los días y arañan la puerta, susurrando ese vil sinsentido. A veces me permito pensar que puedo reconocer las voces. El teléfono está muerto, y no hay electricidad. Cuando me asomo a la ventana y grito pidiendo ayuda, la única respuesta que obtengo es un ocasional grito o balbuceo ululante.


Cuando era más joven, cuando estaba en mi peor momento, mis episodios duraban unas horas, como máximo. Estoy perdido. Me queda muy poco alimento y la presión del agua ha bajado ya.

Acostado en la cama, en el calor del verano tardío, en un momento de silencio casi total, la inevitabilidad de aquello se me ocurre. Si me quedo, me voy a morir de hambre. Lo que me pase al otro lado de la barricada sólo depende de qué tan enfermo estoy realmente.

Quiero creer, con deseo repentino, que sólo estoy enfermo, simple y profundamente enfermo. Esa certeza surge en mí, y me siento de pronto despierto y lúcido. Necesito un doctor, sin duda, pero pronto se levantará la alucinación y mi mente va a sanar. Sólo tengo que lidiar con esto.

Tengo que ir afuera.


Quito el estante lentamente, lejos de la puerta con cuidado para colocarlocon los otros muebles. Esto está bien, me aseguro. Esto es saludable. Doy vuelta a la cerradura, pongo la mano en la empuñadura, y trato de suprimir el terror creciendo en mis entrañas. Le doy un poco de presión.


Afuera, oigo un seco y creciente murmullo de voces incomprensibles, y mi seguridad es drenada, dejando sólo horror frío y desnudo en su lugar.

Mi mano está en la puerta.

Estoy a punto de hacer algo muy estúpido.



VERSIÓN ORIGINAL EN INGLÉS

I’m about to do a very stupid thing.

I know it’s stupid. I know it. But I don’t think I have a choice anymore. And I have to do it now, while I have the nerve and the will. While my hands are still steady.

I’m sick, I’ve always been sick. Some days are better than others. When I was young, my parents prayed that it might just be a precursor of the onset of epilepsy, but the seizures never came. I just…can’t trust myself.

I see things. On some days, I can hear them and smell them too. I should say that I used to see them. After being on every possible combination of pills three doctors could come up with, I thought we’d finally found the right chemical key for my misfiring brain. It’s been six years of stability and relative normalcy, trading a halfway house for a tiny studio apartment, a collection of mostly tolerable side effects, and a steady job. I realize this probably sounds dull for most people, but I cherished every moment of that achingly simple monotony.

It went bad all at once.

Friday morning, I awake from the first dream I’ve had in years. A vivid phantasmagoria of colors and sounds, and begrudgingly leave my perfect and sterile clean apartment for the short walk to work.

I notice it as soon as the elevator opens, the unearthly stillness and silence in the heavy air. The front door of the complex is hanging open, unlocked and swinging gently, the faintest trace of smoke drifting inward in the damp breeze. Outside, the wide streets are empty and bare. My mouth is suddenly dry and I rock back on my heels, cresting a crippling wave of panic and déjà vu.

This particular hallucination, the quiet and the smoke and the emptiness, was always my most frequent; I haven’t had it in six years but the familiarity of it stings. I shut my eyes tightly, and jab my hand at the panels of chipped buttons. Moments later I am on the top floor, walking half blind the path to my door with practiced familiarity. Once inside I sit on my bed, gripping tight the handle of my cane, eyes closed, breathing slow and steady. Focused. Calm. Clear. I open my eyes.

I can’t be outside like this, I know this. I was hit by a car when I was homeless, wandering dazed into the street, while my fevered mind saw only emptiness. I’ll need a replacement hip before I’m forty. I can hear the slivers of bone grind a little with every labored step. I call my boss, and leave a terse message, apologizing for being too ill to work today.

I hold my breath as I open the one tiny window in my studio. It’s so close to the building next to me, I can almost touch its brick wall; I can’t see the street from this height and angle, but as I strain to lean out the window, sounds of yelling and a few whining engines drift up to me. The pall of unearthly quiet is broken, and I feel a great sense of relief, knowing that my episode is over.

I am counting the pills in orderly columns on the table, proving a fifth time to myself that I have taken my daily regimen, when I start to hear the screaming. It builds from far below; riding the struts and supports of the tower until it seems to emanate from the bones of the building.

An hour later the sounds seem like they are right outside; horrid, terrified, inchoate clumps of half formed words and pleas, punctuated by wet, ragged shrieks and heavy muffled thudding. The breathing and relaxation exercises aren’t helping, and I’m gripping the edge of my bed, soaked in sweat. The idea appears fully formed in my mind: I need to barricade the door. I struggle to suppress it. It would be like giving up; all progress I’ve made would be for naught if I entertain the notion that the episode is real.

But the screaming…this is a new one for me.

There’s the shuffle of movement outside, and the knob of the door twists violently and shudders against the deadbolt. I try to cry out, but my throat is parched and only a dry croak comes out. The door starts flex slightly as heavy blows land on the outside, and a mad, gibbering chorus of voices spits out a strange nonsense of broken syllables.

It only takes me a moment to decide now. I burst to my feet and throw all my weight into the bookshelf, crashing into it with bright white bolt of pain. It topples slowly, leaning at first like a tree and then smashing to the ground. On top of the bookshelf goes my desk and chairs, my hip screaming with each step. I collapse again on the floor, grasping for breath, and listen to the pounding subside and the horrid voices retreat.

That was two days ago.

They come back every day and scratch at the door, whispering in that vile gibberish. Sometimes I allow myself to think I can recognize the voices. The phone is dead, and the power is out. When I lean out the window and yell for help, the only answer I get is the occasional shriek or ululating babble.

When I was younger, when I was at my worst, my episodes would last for hours at most. I am at a loss. I have very little food left and the water pressure has already dropped.

Lying in bed in the late summer heat, in a moment of near total silence, the inevitability of it occurs to me. If I stay, I’ll starve. What happens to me on the other side of the barricade only depends on how sick I really am.

I want to believe with a sudden desire I am just ill, simply and profoundly ill. The sureness of it wells up in me, and I feel suddenly awake and lucid. I need a doctor, surely, but soon the hallucination will lift and my mind will heal. I just need to break through this.

I need to go outside.

I remove the bookshelf slowly, rotating it away from the door gently to rest with the other furniture. This is right, I assure myself. This is healthy. I turn the deadbolt, put my hand on the handle, and try to suppress the rising terror in my guts. I give it a little pressure.

Outside, I hear a dry shuffling and a low rising murmur of unfathomable voices, and my surety drains from me, leaving only cold and naked horror in its place.

My hand is on the door.

I’m about to do a very stupid thing.



Texto original en inglés tomado de:   http://www.creepypasta.com/barricade/#.UPb0Km9fHwY
Traducción propia.

 

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