Ayer falleció Manuel García Ferré. Creador prolífico de entrañables criaturas como Hijitus, Larguirucho, Anteojito, y tantos otros, ha marcado las infancias de incontables argentinos, latinoamericanos e hispanohablantes a lo largo de las décadas.
Cada quien tiene, seguramente, un personaje favorito, aquél que supo transmitirle en la niñez enseñanzas, alegría y un poco de magia.
Yo no voy a elegir un personaje. Me quedo con una canción.
Una canción cuyo susurro me estremece al decirme que no olvide.
Como si desde el hoy que nos mira en tiempo pasado pudiéramos encontrar, camuflado entre nuestros días, aquél deseo de antaño: ardiente de conocimiento, de vivencia, de libertad, de vuelo.
Deseo abrigado al calor del hogar y de la tierra propia, que no es la que pretendemos poseer, sino aquella de la que germinamos una vez.
Y no soportamos mucho, volteamos y seguimos adelante, movidos sin saberlo por ese retazo deshilachado de ayer con que remendamos la nostalgia del corazón. Ya no bombea solo sangre: la mitad del caudal son recuerdos.
Primera emoción de vivir
Primera emocion de vivir
Refugio seguro y feliz
Materno amor, noble amistad
El lugar donde nací.
Refugio seguro y feliz
Materno amor, noble amistad
El lugar donde nací.
Perfume que el aire guardó
Sonidos que hoy vuelven a mi
Con la emoción, de recordar
El lugar donde nací.
Con su canción el arrollo me acunó al verme dormir.
Con su caricia la hierba mi sueño abrigó.
Primera emoción que sentí
Recuerdos que el alma guardó
Todo está en mi porque yo soy
El lugar donde nací...
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