Alejandra anduvo todo el viaje pensando en la nota. ¿Habría aprobado? Estudiar, había estudiado lo suficiente, pero siempre lo mismo, un poco más hubiera sido mejor. Un poco más, una hora menos de sueño, comenzar un día antes, resumir más rápido, no leer ese texto que sabía que no le iban a tomar pero igual lo tuvo que leer, porque sino después…
Bajó del colectivo y mientras esperaba para cruzar la calle, la fina llovizna hizo que se estremeciera un poco. Iba temprano, el cielo estaba gris y el agua de ese viernes caía helada.
Recorrió el silencioso pasillo principal de la facultad con paso apresurado, pero no dobló a la derecha; antes de la nota, tenía que orinar. Los nervios, la lluvia, el frío…
Para colmo, el baño nuevo estaba cerrado. Había dos en esa ala: uno recientemente refaccionado y puesto en condiciones, y el otro, el viejo, el que todas evitaban de ser posible.
Pocas veces Alejandra había entrado a ese baño; algo le provocaba rechazo. Pero esta vez no había elección. Empujo la puerta e hizo que hiciera tope, dejándola abierta. Se dirigió al primer cubículo, justo enfrente de ella. Antes de entrar observó su estado: razonablemente limpio, por suerte. Al girar para cerrar la puerta del cubículo, lo vio.
Cabello. Largo, negro, lacio. En el ángulo que se forma entre la puerta de entrada del baño y la pared. Visible a través del ventanuco rectangular, sin vidrio ya. La cabeza de una mujer, mirando la pared, como en penitencia.
Por un segundo Alejandra se paralizó. Su corazón pareció perder el paso por un instante, para luego proseguir con ritmo vacilante.
El instante se alargaba. Alejandra volvió a respirar. La mujer detrás de la puerta permanecía angustiosamente inmóvil.
Alejandra pensó en la posibilidad de mover la puerta y ver qué había realmente detrás. Fugazmente se sintió capaz de lograrlo. Hasta que su mente tuvo en claro que mover esa puerta no sólo significaba ver lo que había allí, sino enfrentarlo.
Los segundos pasaban, la mujer continuaba inmóvil, Alejandra sentía ahora que no podía moverse. El miedo se apoderó de ella y casi lloró pensando que en cualquier momento eso voltearía a verla, y entonces sería muy tarde…
Entonces su amiga se detuvo bruscamente ante la puerta del baño, al verla allí, petrificada y con cara de espanto. El hechizo pareció romperse, Alejandra dio dos saltos y agarró a su amiga del brazo, llevándosela lejos, al extremo de aquél pasillo. Le contó apresuradamente lo que le había pasado, mientras ambas mantenían las miradas fijas en aquella puerta. Nada.
La gente comenzaba a circular por la facultad, lo que ayudó a calmar sus ánimos.
Después de 15 minutos se atrevieron a volver. Por el ventanuco no se veía nada. Detrás de la puerta no había nadie. Ni podría haber habido, porque el espacio era tan reducido que ninguna persona cabría allí. Salieron a los tropezones, casi con más miedo del que hubieran tenido de haber hallado algo.
Alejandra espero a llegar a su casa para ir al baño. Con el susto y el apuro vino el olvido, y tuvo que regresar a la facultad el lunes siguiente para enterarse de su nota.
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