Clarita era la enfermera con más años de experiencia del turno noche. Cristiana muy creyente, nunca dejaba
su rosario. Era conocida (a sus espaldas) como “La Madre Superiora”. Mandona, severa, nadie parecía entusiasmado por trabajar con ella, en parte por su carácter, en parte por la fama de aquel servicio. Se decía que en ese sector, después que el sol se ocultaba, pasaban cosas extrañas.
Cierta noche llegó una nueva compañera, Romina. Directo a pagar derecho de piso en ese turno, con esa compañía. Pasaba a suplantar a otra joven enfermera que había abandonado la institución, no se sabe bien por qué motivo.
Romina había llegado bastante temprano para aclimatarse. En ese primer encuentro quedó claro qué podían esperar la una de la otra. La Madre Superiora era exigente aunque no maliciosa. No dudó en ponerla a prueba. Romina parecía frágil, pero era más fuerte de lo que aparentaba. La escuchó, pensó en lo que ella decía, le respondió sin bajar la mirada y sin perder la naciente sonrisa. Así llegaron a entenderse. ¡Y esto no era poca cosa!
La muchacha se desenvolvió adecuadamente, casi como si tomara a esa mujer malhumorada como modelo profesional. Poco antes de comenzar el turno, Clarita la llevó a buscar material esterilizado al sector correspondiente. Llegaron a un pasillo que se abría a izquierda y derecha. A un lado se hallaba la ventana donde debían hacer el pedido. Al otro, un poco alejada, había una puerta doble con visores en ambas hojas, que permitía el acceso a los quirófanos.
A esa hora había poco movimiento. Las paredes transmitían vibraciones lejanas. Las dos mujeres estaban rodeadas de penumbra y sonidos confusos. Mientras esperaban que las atendieran, una de las hojas de la puerta osciló lentamente, casi sin ruido. La iluminación era pobre, así que no pudieron decir a ciencia cierta si realmente se había movido. De pronto, algo se adivinó (apenas) tras los visores. Parecían algunos cabellos desordenados. Tampoco pudieron ver bien de qué se trataba, porque, fuera lo que fuese, al querer aguzar la vista ya había desaparecido. Romina se sintió muy inquieta y ese pasillo ya se le hacía tenebroso. Clarita disimulaba lo mejor que podía. De nuevo había algo allí. Algo que se asomaba muy lentamente. Oyeron un profundo quejido. Romina padeció durante unos segundos ese lentísimo movimiento, se aferró al brazo de su compañera y no pudo seguir viendo. Clarita tenía el corazón desbocado y sudaba frío. Lo que había detrás de esas puertas era monstruoso. Se santiguó repetidamente cerrando los párpados. Arrastró a la joven fuera del pasillo y bajaron corriendo las escaleras, buscando a alguien a quien pudieran contarle lo sucedido. Lo último que querían era estar solas.
Por fin encontraron auxilio. Romina tenía la presión baja y estaba muda, al borde del desmayo. Clarita estaba visiblemente agitada, como si no pudiera terminar de hallarse a si misma después de esa corrida. Los que las rodeaban sabían la verdad de lo ocurrido. Un gracioso se había escondido detrás de la puerta para asustar a la Madre Superiora, y por arrastre la compañera nueva había terminado cayendo en la volteada. Modificando una máscara de Hulk (la única que tenía), quiso hacerle creer que se trataba de un demonio. Los cómplices tuvieron que aguantar la risa cuando escucharon a la pobre mujer repitiendo angustiosamente que había visto algo horrible, que seguramente se trataba de algo diabólico, mientras apretaba el rosario y seguía santiguándose.
El gracioso, que había bajado rápidamente por otra escalera cuando las dos mujeres huían, celebraba internamente su cruel victoria, pensando que tal vez se le había pasado la mano. No obstante quiso coronar su obra. Se acercó a Clarita, la tomó de la mano y le pidió que contara qué era exactamente eso tan horrible que había visto. La mujer lo miró con ojos llorosos, casi desvanecida ya, y le contestó con un hilo de voz: - Eran dos demonios. Uno que me clavaba la vista con bronca, como amenazándome… y el otro justo al lado, con una sonrisa horrible, mirándolo a él y a mi, a él y a mi, como esperando una orden…
Y diciendo esto, rompió a llorar.
El gracioso se quedó sin palabras. Se puso pálido. Ya nadie tuvo ninguna risa que aguantar.
Mientras los demás murmuraban con creciente inquietud, Clarita se sentó junto a Romina, que seguía temblando. Le habló a su joven compañera.
- Este susto ya no te lo ahorra nadie, pero no tenés que dejar que te gane. Yo nunca antes había pasado por algo así. Hay dos cosas que tenés que aprender si pretendés dedicarte a este tipo de trabajo: primero, que siempre vas a escuchar historias de fantasmas y espantos, porque aquí la gente no solo se cura, también sufre y se muere todos los días. Eso lo tenés que entender, de verdad nos enfrentamos cara a cara con el miedo y la muerte. Y segundo, que nunca va a faltar el… malintencionado… que quiera aprovecharse de una, aunque siendo vieja como yo solamente le sirva para reírse a costa mía. De vos seguramente van a querer sacar otro provecho. Pero a los vivos como ese siempre hay oportunidad de educarlos, ¿sabés?
Romina parecía frágil, pero era más fuerte de lo que aparentaba. La escuchó, pensó en lo que ella decía, le respondió sin bajar la mirada y sin perder la naciente sonrisa. Así llegaron a entenderse. ¡Y esto no era poca cosa!
Hernán
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