jueves, 30 de agosto de 2012
LA HORA DEL TÉ
Llegado el final del convite, el inmutable fotógrafo procedió a inmortalizar el evento en una artística imagen, que habría de adornar durante generaciones la fría pared del estudio. Sólo el fotógrafo vió la foto inalterada luego de revelarla, sólo él vio lo que el lente había captado. Siguiendo los imperativos de la sensatez y el buen gusto, procedió a oscurecer aquella cara carnosa y arrugada que arruinaba la composición. Entonces si, entregó la captura, bellamente enmarcada.
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