La historia nos presenta un enigmático objeto: una caja de madera, con extrañas letras aparentemente hebreas, talladas en su superficie. Parece tener un influjo maligno sobre las personas que la rodean. Por otra parte, conocemos una familia fracturada, en la que los progenitores llevan divorciados un año, la madre ha establecido una nueva relación y las dos hijas conviven sólo los fines de semana con su padre. En manos de la menor de estas hermanas terminará la caja, y su poder oscuro se verá desatado cuando la pequeña logre abrirla y liberar aquello que mantenía encerrado… para luego resultar poseída ella misma.
Dejemos de lado el viejo truco de "Basada en una historia real". La película puede llegar a entretener si no se le pide demasiado, aunque no se destaca por su capacidad de asustar. El giro que contiene la idea de fondo es interesante, pero no llega a desarrollarse de forma feliz.
Hay que decir que como prisión la dichosa caja no sirve de mucho. Como podrán imaginar, lo que encierra es alguna clase de espíritu maligno. Sorprendentemente no se trata de un demonio sino de un dybbuk: según la tradición judía, un alma en pena escapada de la misma Gehena, capaz de poseer otras criaturas. La caja no sirve de mucho, decía, ya que incluso cerrada el poder del dybbuk se manifiesta sobre las personas cercanas, por lo que incluso podemos llegar a dudar si se trata de un objeto maldito. Este espíritu no es un demonio a la usanza “cristiana”, así que no se puede establecer un correlato exacto entre las capacidades de este engendro y aquellas que estamos acostumbrados a ver en películas de este tipo. De todas maneras esto no libra a la producción de la visita (aparentemente obligada) a ciertos lugares comunes.
El tramo inicial, preparatorio, se vuelve un poco pesado. Las escenas, salvo una o dos, no llegan a ser escalofriantes. Los efectos que la posesión produce en la niña se muestran a través de eventos que buscan impactar pero que ven desvanecido su efecto de forma casi instantánea; no hay un registro consistente de la decadencia física que sufre.
Algo que se vuelve contraproducente es la continua intromisión de la problemática familiar en el desarrollo de la historia, la cual despega con relativa facilidad de su lugar de trasfondo planteando situaciones que poco aportan a la trama. No es la primera vez que una película de terror parece buscar justificación por la historia que quiere contar, echando mano de una veta dramática que la apuntale, con el paradójico efecto de que entonces lo fundamental, el basamento sobre lo que habrá de construirse el miedo, pasa a ser esa situación conflictiva, idealmente contingente, que más que brindar solidez argumental, se apretuja ahí para legitimar un relato que debería bastarse a si mismo.
Si puede destacarse el elemento corporal, físico, que implica la posesión en los términos que nos ofrece la producción, y que cada cuál sabrá apreciar según su propio gusto.
Quizás lo más lamentable del caso es que el planteo inicial parecía capaz de sustentarse de la mejor manera: ese plus que suponía el agregado de la tradición judía en lo referente a las posesiones, aparentaba ser la vuelta de tuerca que le hacía falta al subgénero. Sin embargo las referencias culturales y religiosas son pobres, superficiales, hasta caricaturescas en el caso del exorcista de turno. Con este film han dejado pasar una excelente oportunidad para enriquecer el universo imaginario-fílmico del terror.
Hernán
El trailer
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