Muchos amigos y conocidos me han comentado que ciertas películas o libros les producen mucho
miedo, y otros no les provocan ningún temor. Es algo bastante habitual, como se dice: “Sobre gustos no hay nada escrito”. Y sobre sustos tampoco, podríamos agregar. No es extraño que algunas producciones no generen un gran efecto, ya que no siempre se trata de obras llevadas a buen término.
Una mala película o novela de terror no dan miedo, simplemente porque uno descubre de entrada los puntos flojos que presenta y se entretiene en buscarlos y contabilizarlos, hasta llegar al momento en que el tedio nos supera y preferimos dedicarnos a otra cosa.
Sin embargo, hay ocasiones en las que obras bien construidas, reconocidas y recomendadas parecen no tener efecto sobre una parte de sus consumidores. Y ahí el asunto se vuelve un poco misterioso. Escenas épicas que parecen no afectar en lo más mínimo a algún amigo, pasajes escritos con maestría que no le mueven un pelo a una compañera, nos dejan un poco extrañados, porque sabemos que a nosotros si nos dio miedo, o nos dejo algo asqueados, o nos sentimos ofendidos por la propuesta. Digamos, porque
a nosotros si nos afectó, y a nuestro acompañante la escena no pudo haberle importado menos.
Si nos ponemos a pensar en el tema, descubriremos que nosotros también somos “inmunes” a determinados contenidos, mientras que otros nos producen
escalofríos de inmediato. Además, cada uno manifiesta una determinada sensibilidad a ciertos temas, o medios, o estilos. Es la particularidad de cada uno que se manifiesta también en este frente.
Para todas las personas que disfrutan del cine y la literatura de terror, un aspecto fundamental para disfrutar una obra de la mejor manera es la
ambientación. Una de tantas cosas (no necesariamente la única ni la más importante) que buscamos en esas producciones es sencillamente algo que nos asuste. Que nos ponga la
piel de gallina, que nos haga mirar por encima del hombro, que nos acelere la respiración, que nos haga taparnos hasta la cabeza aunque haga calor y nos obligue a asegurarnos que ninguna parte de nuestro cuerpo sobresale de la cama a la hora de dormir. No siempre tenemos éxito. Por eso vamos a hacer un repaso a las variables a tener en cuenta para generar el ambiente propicio que nos permita sacar el máximo provecho a nuestras obras favoritas.
Variables para generar una ambientación que promueva los sustos
Estamos a punto de empezar con nuestro libro o película. Entonces debemos estar seguros de hallarnos:
SOLOS: encontrarnos solos al momento de tomar contacto con el material nos obliga a enfrentarnos con el contenido sin poder contar con la sensación de seguridad que suele brindar la sola proximidad de otra persona en momentos de peligro, tensión o miedo. Solos, en principio, en la habitación donde nos encontremos. Solos por completo en la vivienda, ya es otra cosa…
A OSCURAS: es en la oscuridad, cuando no podemos ver nada, donde entran en juego nuestra imaginación y nuestras fantasías. En una situación como la planteada, a punto de consumir producciones que sabemos están hechas para dar miedo, cada rincón que nuestros ojos no pueden escudriñar se convierte en un escondrijo desde donde acecha aquello que más nos asusta.