miércoles, 25 de mayo de 2016

MAL CÁLCULO





Alejandro se preparó para el salto. Iba a salir del callejón oscuro con esa máscara espantosa,  para darle a ese maldito un susto como nunca antes había experimentado. ¡Ah, dulce venganza…!
Pero Alejandro hizo un mal cálculo. Pensó que el maldito estaba todavía lejos, así que fue sorprendido por su supuesta víctima acuclillado, listo para la acción, y así se le arruinó la emboscada.
¿Acaso no había elegido un buen lugar para esconderse?
Su rival, de todos modos, estaba pálido, paralizado, con los dedos crispados y los ojos desorbitados, mirando horrorizado algo que asomaba desde el callejón oscuro, justo detrás de Alejandro.

Hernán

POCA COSA


Clarita era la enfermera con más años de experiencia del turno noche. Cristiana muy creyente, nunca dejaba
su rosario. Era conocida (a sus espaldas) como “La Madre Superiora”. Mandona, severa, nadie parecía entusiasmado por trabajar con ella, en parte por su carácter, en parte por la fama de aquel servicio. Se decía que en ese sector, después que el sol se ocultaba, pasaban cosas extrañas.
Cierta noche llegó una nueva compañera, Romina. Directo a pagar derecho de piso en ese turno, con esa compañía. Pasaba a suplantar a otra joven enfermera que había abandonado la institución, no se sabe bien por qué motivo.
Romina había llegado bastante temprano para aclimatarse. En ese primer encuentro quedó claro qué podían esperar la una de la otra. La Madre Superiora era exigente aunque no maliciosa. No dudó en ponerla a prueba. Romina parecía frágil, pero era más fuerte de lo que aparentaba. La escuchó, pensó en lo que ella decía, le respondió sin bajar la mirada y sin perder la naciente sonrisa. Así llegaron a entenderse. ¡Y esto no era poca cosa!
La muchacha se desenvolvió adecuadamente, casi como si tomara a esa mujer malhumorada como modelo profesional. Poco antes de comenzar el turno, Clarita la llevó a buscar material esterilizado al sector correspondiente. Llegaron a un pasillo que se abría a izquierda y derecha. A un lado se hallaba la ventana donde debían hacer el pedido. Al otro, un poco alejada, había una puerta doble con visores en ambas hojas, que permitía el acceso a los quirófanos.
A esa hora había poco movimiento. Las paredes transmitían vibraciones lejanas. Las dos mujeres estaban rodeadas de penumbra y sonidos confusos. Mientras esperaban que las atendieran, una de las hojas de la puerta osciló lentamente, casi sin ruido. La iluminación era pobre, así que no pudieron decir a ciencia cierta si realmente se había movido. De pronto, algo se adivinó (apenas) tras los visores. Parecían algunos cabellos desordenados. Tampoco pudieron ver bien de qué se trataba, porque, fuera lo que fuese, al querer aguzar la vista ya había desaparecido. Romina se sintió muy inquieta y ese pasillo ya se le hacía tenebroso. Clarita disimulaba lo mejor que podía. De nuevo había algo allí. Algo que se asomaba muy lentamente. Oyeron un profundo quejido. Romina padeció durante unos segundos ese lentísimo movimiento, se aferró al brazo de su compañera y no pudo seguir viendo. Clarita tenía el corazón desbocado y sudaba frío. Lo que había detrás de esas puertas era monstruoso. Se santiguó repetidamente cerrando los párpados. Arrastró a la joven fuera del pasillo y bajaron corriendo las escaleras, buscando a alguien a quien pudieran contarle lo sucedido. Lo último que querían era estar solas.
Por fin encontraron auxilio. Romina tenía la presión baja y estaba muda, al borde del desmayo. Clarita estaba visiblemente agitada, como si no pudiera terminar de hallarse a si misma después de esa corrida. Los que las rodeaban sabían la verdad de lo ocurrido. Un gracioso se había escondido detrás de la puerta para asustar a la Madre Superiora, y por arrastre la compañera nueva había terminado cayendo en la volteada. Modificando una máscara de Hulk (la única que tenía), quiso hacerle creer que se trataba de un demonio. Los cómplices tuvieron que aguantar la risa cuando escucharon a la pobre mujer repitiendo angustiosamente que había visto algo horrible, que seguramente se trataba de algo diabólico, mientras apretaba el rosario y seguía santiguándose.

LA ULTIMA BROMA



Alejandro era un bromista de cuidado. No dudaba en gastar las bromas más pesadas que se le ocurrieran, o que, para desgracia de sus víctimas, llegara a ver en algún video de Internet.
¿Despertar a un amigo con fuegos artificiales? Lo había hecho.
¿Cambiar el relleno de las galletas por dentífrico? Lo había hecho también.
¿Fingir que se electrocutaba? Incontables veces.
¿Talco en el secador de pelo? Una sola vez, porque después el secador no funcionó nunca más.
Su familia y amigos ya estaban bastante hartos del asunto.

Con todo, había una broma fundamental que nunca había hecho: asustar a alguien con una máscara. Había tantos videos en Youtube sobre esto, que se sintió casi avergonzado de haber pasado por alto ese pilar del oficio. Así que decidió saldar la deuda que tenía con su honor. Pasó varias tardes visitando tiendas de disfraces y de cotillón, porque no quería ninguna máscara fácilmente reconocible que le jugara en contra. Nada de Freddy, de Jason ni de payasos espeluznantes. Finalmente encontró una que le pareció ideal. Era de una especie de bebé deforme (¿o sería un ogro?), realmente grotesco. Ojos saltones y desviados, gesto de sufrimiento, colmillos deformados y amarillentos… Una pinturita. Preparó también un mameluco rotoso y sucio para completar el disfraz.

Al elegir las víctimas, tuvo en cuenta las recomendaciones de los profesionales del susto: debían ser personas jóvenes, presumiblemente sin problemas coronarios o nerviosos, mayores de edad y obviamente desconocidas. No quería caer en lo mismo que los amateurs: asustar a su mamá o a su hermana no contaba.

La acción tenía que desarrollarse de noche, de tal modo que él pudiera permanecer en las sombras y saltar frente a las víctimas, revelando su horrible aspecto. Se decidió por un callejón oscuro a pocas cuadras de su casa. Se llevó la filmadora de su papá para documentar el trabajo en modo infrarrojo, lo que era toda una novedad.

Llegó bien vestido y se atavió en las sombras. Muy poca gente transitaba por ahí, pero no faltaban los incautos ocasionales. La cámara esta bien ubicada, registrando todo. Dejó pasar una, dos parejas, sin atreverse a salir de su escondite. La tercera vez pasó una chica sola, y se decidió.

La pobre muchacha casi se cae por el brinco que pegó hacia atrás, con un grito ahogado en el pecho. Alejandro se sacó inmediatamente la máscara, le dijo que se trataba de una broma y aunque estaba preparado para recibir algún golpe, solamente le dedicaron un “pelotudo” a la carrera. Había pasado por alto señalarle la cámara, pero se sintió extrañamente poderoso luego de esa primera experiencia.
Repitió la broma una, dos, tres veces más, solo con parejas o pequeños grupos. Algunos se reían, otros lloriqueaban, varios lo insultaron. Nadie trató de golpearlo, lo que le resultaba extraño.

Se cambió, recogió la cámara y volvió a su casa. Ahora pensaba en subir el video a las redes sociales. ¿Le traería problemas? Decidió no dormir esa noche para realizar una buena edición. Pero se le pasaron las ganas al ver los primeros minutos de la grabación. Eliminó la primera parte, donde se lo veía a él posicionándose y poniéndose su traje de susto. Entonces se ocultaba acuclillado y pegado a la pared, esperando. Pasó la primera pareja, y nada. Pasó la segunda pareja, y nada. Pero mientras tanto, algo se le acercaba desde el fondo del callejón.

EL MEDICO


En el invierno de 1944, en Ardennes, a causa de líneas de suministro gravadas en exceso, un médico del ejército alemán se había quedado sin plasma, vendajes y antiséptico. Durante una ronda particularmente mala de fuego de mortero, su campamento fue un baño de sangre. Aquellos que sobrevivieron aseguraron haber oído, entre los gritos y órdenes vociferadas por su teniente, a alguien riéndose a carcajadas en un tono casi afeminado. El médico había completado su labor en una oscuridad opresiva, como tantas veces lo había hecho, pero nunca había tenido a su disposición esa cantidad limitada de reservas. No importaba. Él cumpliría con su deber. Siempre había estado orgulloso de su eficiencia. El bombardero redirigió su blanco a otras líneas de la tropa, y la mayoría de los hombres se echaron a descansar en la oscuridad, faltando algunas horas para el amanecer del día de Año Nuevo. Los hombres despertaron con los primeros rayos de sol, horrorizados.

sábado, 7 de mayo de 2016

FANTASMA DE UN NIÑO ENCERRADO EN EL CEMENTERIO


A continuación comparto una imagen inquietante. Se trata de una de tantas fotografías que se tomaron durante una visita educativa al Cementerio Central de la ciudad de Salto, Uruguay. En el momento de tomar la foto ninguno de los estudiantes percibió nada extraño, pero luego, al revisar las tomas, se dieron con esto:


A la derecha de la estatua, detrás de las flores, puede verse lo que parece ser un niño (o su fantasma) atrapado dentro del panteón.


Puede verse con más detalle en la ampliación siguiente.

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