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sábado, 13 de mayo de 2017
GRANDE PA !
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miércoles, 1 de marzo de 2017
EL DESPERTAR - de Belén Olavarría Muñoz
En la oscuridad de la vida nocturna
cuando transitas con somnolencia
por calles lúgubres y sombrías,
tus zancadas avanzan a tal velocidad
que sientes que tu cuerpo rozará con otro cuerpo;
un ser de la noche oculto entre las sombras.
cuando transitas con somnolencia
por calles lúgubres y sombrías,
tus zancadas avanzan a tal velocidad
que sientes que tu cuerpo rozará con otro cuerpo;
un ser de la noche oculto entre las sombras.
Y cuando atraviesas el umbral de tu hogar
y tu mano tienta el interruptor,
y la fuerza de la corriente eléctrica es percibida en la atmósfera,
justo antes de que se haga realidad su función de luminosidad,
el terror a ser expuestos a la vista
invade los cuerpo etéreos de las almas de aquellos desconocidos
que transitan por callejones oscuros y pasillos sombríos,
arrastrándolos hacia sus muros para evitar el aura pura de una simple vela.
y tu mano tienta el interruptor,
y la fuerza de la corriente eléctrica es percibida en la atmósfera,
justo antes de que se haga realidad su función de luminosidad,
el terror a ser expuestos a la vista
invade los cuerpo etéreos de las almas de aquellos desconocidos
que transitan por callejones oscuros y pasillos sombríos,
arrastrándolos hacia sus muros para evitar el aura pura de una simple vela.
Entonces sus murmullos se ahogan,
y el tibio olor empapado que enrarece el ambiente
se sumerge en un dudoso stand by.
y el tibio olor empapado que enrarece el ambiente
se sumerge en un dudoso stand by.
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miércoles, 22 de febrero de 2017
HISTORIAS DE NIÑOS, CUENTOS DE MIEDO - de Belén Olavarría Muñoz
¿Quién dice que hoy no tienes miedo?,
¿y no ascienden por tu espalda
las caricias del escalofrío,
y el calor del mareo?
¿Quién te esperará hoy en casa?
¿Quién mirará por ti bajo la cama?
¿y no ascienden por tu espalda
las caricias del escalofrío,
y el calor del mareo?
¿Quién te esperará hoy en casa?
¿Quién mirará por ti bajo la cama?
¿Temor de niños?…
No lo creo.
Cuando vuelves el rostro
hacia cualquier objeto, inquieto,
al sentir que los ruidos se palpan,
como moscas revoloteando tu cuerpo.
No lo creo.
Cuando vuelves el rostro
hacia cualquier objeto, inquieto,
al sentir que los ruidos se palpan,
como moscas revoloteando tu cuerpo.
Sé que quisieras cazarlas
para poder controlarte
(ingenuo),
para deshacerte de tu pánico,
y evadirte de este juego.
para poder controlarte
(ingenuo),
para deshacerte de tu pánico,
y evadirte de este juego.
lunes, 20 de febrero de 2017
MILENARIO - de Alejandro Camacho
La lechuza ocupa el árbol más viejo de un monte cercano. Nadie se explica desde cuándo, ni cómo, pero ahí está, vigilante y sigilosa, un centinela de la muerte. Tiene plumas de oro que brillan con los sueños de algunos poetas trasnochados.
Cada vez que mis ojos desean contemplarla, persigo el rastro luminoso de los cometas desorientados que buscan amor ente las auroras.
Sus patas son imponentes, a pesar de ocupar una de las ultimas ramas puedo divisar con exactitud sus gestos (hace ciento catorce noches la visito, conozco de memoria sus rasgos). Ella me saluda como siempre, yo contesto del mismo modo, sin embargo hay algo que me acongoja esta noche, es un miedo desinhibido, algo absurdo.
Conversamos de los políticos de turno y la población actual, sus teorías sobre la revolución son asombrosas. De pronto abre sus enormes alas, bajo ellas veo un gran armamento, la amenaza es inminente. Tiemblo sin sentido, intento correr y mis rodillas se clavan en la tierra del arado, donde quedo inmóvil, ninguna extremidad responde, el sudor desprendido de mi espalda se vuelve fértil. Tres raíces explotan desde mis pies, crezco rápido y sin límites, ante la silenciosa mirada del animal, la madera de quebracho cubre cada hueso, la sangre se vuelve savia espesa.
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domingo, 22 de enero de 2017
domingo, 8 de febrero de 2015
LA LIBERTAD DEL AMOR
Me incorporé sin tener la certeza de dónde estaba. Todo era confuso: las imágenes, los sonidos, los rumores que no lograban convertirse en palabras. En el ambiente onírico, varios bultos se movían yendo y viniendo. Llevaban abrigos de colores brillantes y mucho apuro. Se podía percibir la desesperación pero poco lograba afectarme ya que lentamenteme alejaba de allí. Sentí que flotaba e intenté mirar mis pies pero no los encontré. Levanté mis manos con el mismo resultado. ¿Estaré soñando? Me oí decir. Agudicé mi vista hacia los bultos e increíblemente, la imagen se hizo clara, cercana e increíblemente horrenda: mi cuerpo estaba allí, en el medio del tumulto. ¿Estaré muerto? La pregunta quedó resonando en mi mente. Pero... ¿por qué todos corrían desesperados?. ¿Por qué los paramédicos seguían encima de mi cuerpo?. Si yo estoy muerto, ¿por qué me levantan en una camilla con el rostro descubierto? Ensangrientado, irreconocible, pero descubierto y lleno de tubos. Quizás pudiere regresar pero era tan emocionante la sensación de libertad... lo último que deseaba era volver. Seguí a la ambulancia. Mi conciencia era tan volátil que podía sentirme parte del viento. Alcé vuelo y recorrí el cielo mientras el oxígeno penetraba en mi mente sin obstáculos. El placer era absoluto y supe, en ese momento, que la plenitud de la felicidad es compañera de baile de la paz y de la libertad. Hasta pude escuchar una melodía mientras danzaba por el espacio. Una voz interrumpió mi momento. Me molestó al principio pero a medida que se iba haciendo familiar, se convertía en angustia que iba creciendo en mi pecho... o quizás, en la conciencia de mi pecho.
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miércoles, 29 de octubre de 2014
DINERO SUCIO
Otro aporte de Daner al blog, para que puedan disfrutar de su nuevo relato. Espero que les guste!
Quien pensaría que un trabajo tan sencillo, se decía James, pudiera salir mal, en todo caso nos seguirían hasta la selva y allí no podrían apresarnos.
James vivía a las orillas de Atlanta, había sido boxeador y sufriendo las penurias de la pobreza, llego a cometer algunos robos menores de los que nunca pagó culpa y este recuerdo le sirvió para ser buscado por otros dos conocidos, Jeffrey y un tal Percival al que le decían “el jefe”. Viajaron en un vuelo clandestino a una selva centroamericana, y de allí llegaron a una ciudad pequeña pero creciente en la que estaba su objetivo, un banco bien instalado y pujante en el cual guardaban sus dólares delincuentes organizados de la zona.
Tenían todo bien planeado, era un golpe limpio y rápido, los tres conseguirían muchos más dólares de los que pudieran robar en su tierra.
Ese día tarde a la hora del cierre del banco vieron los pobladores como tres tipos grandes y extraños corrían desde la puerta hacia un automóvil llevando tres sacos llenos, luego unos disparos y enseguida toda la policía correr tras ellos.
Tenían un automóvil rápido pero James pensó,” de que nos servirá en la selva, si nos adentramos quedaremos atascados y nos atraparán o peor nos mataran”. El vehículo entro al sendero selvático sacudiéndose y dando tumbos.
Los otros dos no se percataron, pero James iba viendo hacia atrás y notó que todos los que los seguían habían detenido su marcha en la entrada de la espesura. Los otros reían y decían, ya los perdimos.
A oscuras horas de la tarde, yendo por un sendero cavado al costado del cerro, tenían a un costado la pared verde de plantas y árboles y al otro la pendiente, cuando de pronto desde la altura lograron ver una especie de animal peludo, se erguía como una persona y corría hacia ellos moviendo sus largos brazos con grandes garras y dientes afilados apartando las plantas despejando todo a su paso, no pudieron reaccionar, James abrió la puerta trasera de su lado, la bestia cayó sobre el costado del coche y metió una mano por la ventana desgarrando al conductor, James no dudo en arrojarse fuera, y el automóvil se precipito dando algunas vueltas. Él, que había caído fuertemente todando por las piedras, tenía todos los huesos doloridos, no podía moverse, o no quería para no sentir más dolor pero no estaba salvado, el monstruo tal vez lo vería vivo y quién sabe qué le haría.
DINERO SUCIO
Quien pensaría que un trabajo tan sencillo, se decía James, pudiera salir mal, en todo caso nos seguirían hasta la selva y allí no podrían apresarnos.
James vivía a las orillas de Atlanta, había sido boxeador y sufriendo las penurias de la pobreza, llego a cometer algunos robos menores de los que nunca pagó culpa y este recuerdo le sirvió para ser buscado por otros dos conocidos, Jeffrey y un tal Percival al que le decían “el jefe”. Viajaron en un vuelo clandestino a una selva centroamericana, y de allí llegaron a una ciudad pequeña pero creciente en la que estaba su objetivo, un banco bien instalado y pujante en el cual guardaban sus dólares delincuentes organizados de la zona.
Tenían todo bien planeado, era un golpe limpio y rápido, los tres conseguirían muchos más dólares de los que pudieran robar en su tierra.
Ese día tarde a la hora del cierre del banco vieron los pobladores como tres tipos grandes y extraños corrían desde la puerta hacia un automóvil llevando tres sacos llenos, luego unos disparos y enseguida toda la policía correr tras ellos.
Tenían un automóvil rápido pero James pensó,” de que nos servirá en la selva, si nos adentramos quedaremos atascados y nos atraparán o peor nos mataran”. El vehículo entro al sendero selvático sacudiéndose y dando tumbos.
Los otros dos no se percataron, pero James iba viendo hacia atrás y notó que todos los que los seguían habían detenido su marcha en la entrada de la espesura. Los otros reían y decían, ya los perdimos.
A oscuras horas de la tarde, yendo por un sendero cavado al costado del cerro, tenían a un costado la pared verde de plantas y árboles y al otro la pendiente, cuando de pronto desde la altura lograron ver una especie de animal peludo, se erguía como una persona y corría hacia ellos moviendo sus largos brazos con grandes garras y dientes afilados apartando las plantas despejando todo a su paso, no pudieron reaccionar, James abrió la puerta trasera de su lado, la bestia cayó sobre el costado del coche y metió una mano por la ventana desgarrando al conductor, James no dudo en arrojarse fuera, y el automóvil se precipito dando algunas vueltas. Él, que había caído fuertemente todando por las piedras, tenía todos los huesos doloridos, no podía moverse, o no quería para no sentir más dolor pero no estaba salvado, el monstruo tal vez lo vería vivo y quién sabe qué le haría.
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viernes, 17 de octubre de 2014
NO PODRIA VOLVER A VIVIRLO
Buenas noches amigos y amigas, quiero compartir con ustedes una creepypasta que me envió DANER a modo de colaboración, para que todos puedan disfrutarla. Espero que les guste!
Yo era un chico curioso e ingenuo en ese entonces, y el ser curioso me salvaba de mi ingenuidad, pues indagaba en lo desconocido y lo prohibido cuando nadie me veía. Comprobaba cosas que decían unos libros, preguntando luego a la gente... cosas como que los fantasmas eran solo almas perdidas y confundidas, o que los había buenos y malos, y que aquellos que eran malos se iban si uno rezaba o no se qué...
Cuando un día me arrimé a la charla entablada por unas personas que conducían carros a caballo a la par de mi casa (según mi madre, gente de mal vivir a la que no tenía que acercarme), les oí decir que uno de sus amigos robaba en el cementerio cercano, y muy seguido, pero que él comprobó que los días veintitrés de cada mes no podía pues tenía miedo. Una vez en esa fecha (23, el mes era noviembre) vio algo así como una nube que se movía, pero parecía una persona. El día veintitrés de diciembre lo volvió a comprobar cuando desde la tapia baja del cementerio y con poca luz, la volvió a ver. Todos reían menos yo, que en ese momento estaba entre ofendido y estupefacto por la seguridad con la que contaba y reafirmaba la historia, pero pudo más la ofensa de mis pensamientos y me fui a mi casa.
Debía una noche de febrero volver desde el cine, solo, y me había gastado la plata del taxi. Me animé a andar a pie por esas calles oscuras. Cuando tuve que pasar por la vereda del cementerio, recordé que era veintitrés, una fecha no muy recomendable para andar por la zona (según la charla de aquella gente), y me consolaba: "¿A quién le molestaría que yo pasara por la vereda?". En ese momento se terminó el tapial, llegué al portón de rejas y llamó mi atención algo como humo entre las tumbas y monolitos que se movía caprichosamente, a veces rápido, a veces lento. Me quedé quieto para sacarme la duda, y eso se movió hacia la reja. Un poco helado seguí caminando, inseguro, con mil pensamientos, giré la cabeza y noté que aquello cruzaba por mi espalda hacia el parque del frente. Me dije: "Si es humo, no se deshace al correr...". Despedía una luz fría, tenue, lúgubre, fea, no era como uno se imagina la luz, y volví a pararme para observar. Se frenó de golpe a mitad del lugar, noté que giraba, entonces empecé a dilucidar como una silueta de persona que no llegaba a tocar el suelo. Miré fijo adonde debía tener la cabeza. Vi un rostro con expresión maligna mirándome fijamente. Me paralice, no podía moverme, sentía miedo y desesperación, estaba cada vez más helado, lo que me paralizaba aun más. Me desesperaba no poder correr ni reaccionar. De pronto comenzó a venir hacia mí, y me vi perdido. ¿Qué haría si me atrapaba?.
No podría volver a vivirlo
Yo era un chico curioso e ingenuo en ese entonces, y el ser curioso me salvaba de mi ingenuidad, pues indagaba en lo desconocido y lo prohibido cuando nadie me veía. Comprobaba cosas que decían unos libros, preguntando luego a la gente... cosas como que los fantasmas eran solo almas perdidas y confundidas, o que los había buenos y malos, y que aquellos que eran malos se iban si uno rezaba o no se qué...
Cuando un día me arrimé a la charla entablada por unas personas que conducían carros a caballo a la par de mi casa (según mi madre, gente de mal vivir a la que no tenía que acercarme), les oí decir que uno de sus amigos robaba en el cementerio cercano, y muy seguido, pero que él comprobó que los días veintitrés de cada mes no podía pues tenía miedo. Una vez en esa fecha (23, el mes era noviembre) vio algo así como una nube que se movía, pero parecía una persona. El día veintitrés de diciembre lo volvió a comprobar cuando desde la tapia baja del cementerio y con poca luz, la volvió a ver. Todos reían menos yo, que en ese momento estaba entre ofendido y estupefacto por la seguridad con la que contaba y reafirmaba la historia, pero pudo más la ofensa de mis pensamientos y me fui a mi casa.
Debía una noche de febrero volver desde el cine, solo, y me había gastado la plata del taxi. Me animé a andar a pie por esas calles oscuras. Cuando tuve que pasar por la vereda del cementerio, recordé que era veintitrés, una fecha no muy recomendable para andar por la zona (según la charla de aquella gente), y me consolaba: "¿A quién le molestaría que yo pasara por la vereda?". En ese momento se terminó el tapial, llegué al portón de rejas y llamó mi atención algo como humo entre las tumbas y monolitos que se movía caprichosamente, a veces rápido, a veces lento. Me quedé quieto para sacarme la duda, y eso se movió hacia la reja. Un poco helado seguí caminando, inseguro, con mil pensamientos, giré la cabeza y noté que aquello cruzaba por mi espalda hacia el parque del frente. Me dije: "Si es humo, no se deshace al correr...". Despedía una luz fría, tenue, lúgubre, fea, no era como uno se imagina la luz, y volví a pararme para observar. Se frenó de golpe a mitad del lugar, noté que giraba, entonces empecé a dilucidar como una silueta de persona que no llegaba a tocar el suelo. Miré fijo adonde debía tener la cabeza. Vi un rostro con expresión maligna mirándome fijamente. Me paralice, no podía moverme, sentía miedo y desesperación, estaba cada vez más helado, lo que me paralizaba aun más. Me desesperaba no poder correr ni reaccionar. De pronto comenzó a venir hacia mí, y me vi perdido. ¿Qué haría si me atrapaba?.
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viernes, 22 de agosto de 2014
SARA
Como están amigos y amigas, en esta oportunidad comparto con ustedes una historia que realmente me gustó mucho. Después de sentarme una noche decidido a leer la mayor cantidad de creepypastas posible, tuve la suerte de toparme con este texto cuya lectura me provocó placer, algo que hacía tiempo no ocurría, al menos con este tipo de historias. Así que esa vez pude irme a dormir muy satisfecho.
La autora de "Sara" es Minna López, quien muy gentilmente me ha autorizado para incorporar al blog su creación. Pueden ponerse en contacto con Minna a través de su Twitter @minnamandarina
Ahora si, pasen y disfruten.
No sospechamos nunca de su frivolidad, de su mirada un poco fija en la nada, no sospeché de sus conciencias. Sara, siempre estaría ahí demasiado sentada, contando las vidas que le hacían falta para ser feliz y su madre siempre ahí demasiado preocupada, demasiado tensionada, demasiado tardía, contando los días de enfermedad. “Deberías ser más cuidadoso”, esas fueron las primeras palabras que crucé con Sara, una mañana de enero, mientras me entregaba la pelota que había terminado en su jardín. “Mamá detesta que le dañen sus flores”. En ese momento a mis nueve años, pensé en salir corriendo y no decirle nada, estaba prohibido hablarle a Sara, a su madre y mucho menos a su abuela, pues todos sabíamos de la tenacidad y el desdén con que podían llegar a tratar a esa pequeña.
La casa de Sara queda de camino de mi casa a la escuela y siempre pasaba y la veía sentada, demasiado normal, pero nuestros padres nos advirtieron, a todos y cada uno de nosotros. “No hables con la chica de esa casa”, los porqués variaron de familia en familia, pero la orden fue la misma “no hables con la chica de esa casa”, nosotros extendimos el miedo a su madre y a su abuela, de quien inventábamos historias.
Desde ese día, desde que me regresó la pelota, y no salí corriendo, empezamos a hablar, siempre le contaba sobre mis días en el colegio, los problemas de mis padres, y ella escuchaba tan atenta, y tan dispuesta a darme consejos, que no sospeché entonces de todo lo que era capaz de hacer.
Me gustaba hacerla sonreír, porque cada día parecía más distante. Mi hermano mayor decía que de seguir hablando con ella terminaría por enloquecer, que terminaría sentada en el pórtico de nuestra casa viendo pasar los niños. Pero eso jamás sucedió.
Las peleas de mis padres empeoraron y yo pasaba más tiempo con Sara, ella me recomendó no ponerle cuidado a las discusiones de ellos, decía darse cuenta de las cosas pues los gritos se escuchaban en toda la cuadra, pero que ante todo sabía que pasara lo que pasara mis padres siempre me iban a querer.
Ese jueves llegué de la escuela pasé por la casa de Sara y no estaba ahí tan sentada, su madre y su abuela se paseaban por el jardín regando las flores, pero Sara no estaba. Me sorprendí. Cuando llegue a mi habitación le pregunté a mi hermano por Sara, él dijo que ella sufrió uno de sus ataques neuróticos y que intento hacerse daño. Me preocupé. Después de hacer las tareas y jugar con mis amigos vi un carro que llegaba a la casa de Sara, ella bajó del automóvil y entró a la casa.
La autora de "Sara" es Minna López, quien muy gentilmente me ha autorizado para incorporar al blog su creación. Pueden ponerse en contacto con Minna a través de su Twitter @minnamandarina
Ahora si, pasen y disfruten.
No sospechamos nunca de su frivolidad, de su mirada un poco fija en la nada, no sospeché de sus conciencias. Sara, siempre estaría ahí demasiado sentada, contando las vidas que le hacían falta para ser feliz y su madre siempre ahí demasiado preocupada, demasiado tensionada, demasiado tardía, contando los días de enfermedad. “Deberías ser más cuidadoso”, esas fueron las primeras palabras que crucé con Sara, una mañana de enero, mientras me entregaba la pelota que había terminado en su jardín. “Mamá detesta que le dañen sus flores”. En ese momento a mis nueve años, pensé en salir corriendo y no decirle nada, estaba prohibido hablarle a Sara, a su madre y mucho menos a su abuela, pues todos sabíamos de la tenacidad y el desdén con que podían llegar a tratar a esa pequeña.
La casa de Sara queda de camino de mi casa a la escuela y siempre pasaba y la veía sentada, demasiado normal, pero nuestros padres nos advirtieron, a todos y cada uno de nosotros. “No hables con la chica de esa casa”, los porqués variaron de familia en familia, pero la orden fue la misma “no hables con la chica de esa casa”, nosotros extendimos el miedo a su madre y a su abuela, de quien inventábamos historias.
Desde ese día, desde que me regresó la pelota, y no salí corriendo, empezamos a hablar, siempre le contaba sobre mis días en el colegio, los problemas de mis padres, y ella escuchaba tan atenta, y tan dispuesta a darme consejos, que no sospeché entonces de todo lo que era capaz de hacer.
Me gustaba hacerla sonreír, porque cada día parecía más distante. Mi hermano mayor decía que de seguir hablando con ella terminaría por enloquecer, que terminaría sentada en el pórtico de nuestra casa viendo pasar los niños. Pero eso jamás sucedió.
Las peleas de mis padres empeoraron y yo pasaba más tiempo con Sara, ella me recomendó no ponerle cuidado a las discusiones de ellos, decía darse cuenta de las cosas pues los gritos se escuchaban en toda la cuadra, pero que ante todo sabía que pasara lo que pasara mis padres siempre me iban a querer.
Ese jueves llegué de la escuela pasé por la casa de Sara y no estaba ahí tan sentada, su madre y su abuela se paseaban por el jardín regando las flores, pero Sara no estaba. Me sorprendí. Cuando llegue a mi habitación le pregunté a mi hermano por Sara, él dijo que ella sufrió uno de sus ataques neuróticos y que intento hacerse daño. Me preocupé. Después de hacer las tareas y jugar con mis amigos vi un carro que llegaba a la casa de Sara, ella bajó del automóvil y entró a la casa.
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Sara
jueves, 14 de agosto de 2014
TORNADO
Un cosquilleo en el estómago, en todo el cuerpo, un movimiento cada vez más fuerte, mucho viento, dos ladrillos, un estante, el cuadro de los abuelos, el llanto de mi madre, los vidrios rotos, los gritos de los chicos, el brazo tierno de Beatriz, sus ojos grandes llenos de lágrimas, la silueta temblorosa de mi perra, sus inseguros pasos. Miedo, mucho miedo. Una idea: ¡La bañera!, el colchón sobre mis hombros, una corrida desesperanzada, cinco bultos, uno encima del otro, mi cuerpo sobre ellos, mis brazos alrededor de mi familia y, a un costado, la perra acurrucada. Un ruido ensordecedor, más viento, miedo, agua, dolor, el vuelo del colchón, la succión, mis manos aferradas, mis músculos sin fuerza, el cansancio, miedo, agua, un golpe, dos, más dolor, mucho movimiento, más golpes, una herida, la cortina en mi espalda, otro golpe, un temblor incesante, agua, aire, gritos, llanto, dolor, una mano húmeda, sonidos lejanos, silencio, calma, descanso, luz, más aire. Piedras, escombros, el cuerpo sin vida de mi perra y una imagen: el horizonte.
Compartido desde el blog de la prof. Ana Elizabeth de la Zerda http://aedzliteraria.blogspot.com.ar/2010/03/tornado.html
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domingo, 1 de julio de 2012
Amor de madre
Existen ciertas historias que circulan en variedad de versiones, con algunos añadidos o detalles divergentes; historias que, en definitiva, son una sola. En esta ocasión les traigo una de esas historias repetidas a la vez que singulares. Su autora, la Prof. Ana Elizabeth de la Zerda, se basó en ciertos sucesos ocurridos en la provincia de Tucumán para hilar este relato.
El invierno en Tucumán suele ser benévolo cuando el sol de la tarde calienta la piel de aquellos que osan subir, a la siestita, por las enmarañadas rutas al Cristo Bendicente. Sin embargo, cuando al viento se le ocurre involucrarse en la placentera diversión, los vellos de los brazos comienzan a levantarse alarmados por el incipiente frío.
Muchos visitantes empiezan a colocarse sus camperas y, varios turistas atrevidos, aprovechan la compra de la mañana para cubrirse con ponchos y algún sombrero de gaucho. Se resisten a dejar el lugar hasta que el sol decide abandonarlos y, uno tras otro, empiezan a emigrar.
Mariano, Juan y Fran decidieron esperar un poco. Aún sabiendo que era peligroso bajar de noche, lo preferían a tener que seguir la procesión de autos, motos y bicicletas que formaban, a un ritmo regular, una fila india por el único y angosto camino.
Con la compañía indispensable del mate, se refugiaron bajo un grupo de árboles donde aprovecharon para una mano de truco.
El frío había dejado desolado el lugar. Hasta los vendedores habían huido. El viento empezó a golpear más fuertemente y su voz distante advertía a los amigos que era hora de regresar a la ciudad. Los tres se levantaron y corrieron a sus autos para emprender el descenso.
La ruta parecía más oscura que de costumbre, alumbrada apenas a dos metros por los faros del Renault 19. Las luces de la ciudad aparecían esporádicamente entre la tupida vegetación, recordando el destino que se hacía, cada vez, más anhelado. El silencio era profundo. Juan manejaba pero ninguno de los tres apartaba la vista de la ruta.
Fran estiró su mano para encender el estéreo. La familiar melodía relajó los músculos tensos de los tres y creó un ambiente aislado de la oscuridad inmensa que los rodeaba.
Poco tiempo tuvieron para darse cuenta, en una curva, de que un auto venía de frente. La luz del otro vehículo les advirtió, segundos antes del encuentro, y una maniobra los salvó de una tragedia.
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