Esta historia provocó revuelo en el Colegio Sagrado Corazón (Tucumán), donde un docente fue separado de su cargo por utilizar este cuento para una evaluación (pueden leer la noticia aquí). Su autor es Julio César Gallardo. Espero que lo disfruten.
La noche es clara, muy clara. El plenilunio le da su claridad.
Las tumbas y criptas como en una visión, aparecen y desaparecen tras las figuras de negro o semidesnudas que corren, se retuercen y gritan entregándose al desenfreno de la orgía en medio de carcajadas y chillidos semejantes a los de las hienas.
Ahora, con los leños crepitando en la hoguera arrojando su luz sanguinolenta sobre los cuerpos artos de ultrajarse, la escena es literalmente de pesadilla y se dilata hasta una hora en que la luna se ha movido varios grados más allá del medio cielo.
Exhaustos, rendidos, intoxicados y drogados por los vapores de asafétida, belladona, y otras tantas hierbas narcóticas, los cuerpos desparramados por el suelo parecen cadáveres escapados de las tumbas alrededor. Hay un hedor en la escena que no procede de las tumbas. Mirarla repugna, y algún valor impreso en la mente y el alma, se reciente y asquea sin poder definirse muy bien porqué.
En un vano esfuerzo diré que se siente como terror, asco y humillación.
Antes que la otra claridad sea evidente, una mujer muy vieja de carnes caídas y pelo sucio, se arrodilla junto a una tumba antigua. Rascando un poco la tierra húmeda y removida, hace contacto con la madera podrida de tiempo, e incorporándose un poco, ataca con el talón izquierdo la tapa que pronto cede astillándose hacia adentro. Tierra y madera caen al interior desplazando el gas espantoso que le pega de pleno en el rostro que ni pestañea. Luego mete la mano en el interior y extrae un manojo de huesos pequeños aun prendidos entre sí por restos de tendones o ligamentos mezclados con tierra y restos te tela. Este macabro puñado lo deposita a un costado y lo que realiza después es casi indescriptible. Dudo que la persona corriente conozca la operación que aun no estoy seguro de atreverme a describir. Si su sensibilidad es mucha y sus valores cristianos muy arraigados, le ruego abandone aquí mismo esta lectura. Pero si su curiosidad puede más, le ruego perdone mi crudeza narrativa despojada de delicadezas en pos de la veracidad.
Este engendro femenino, esta arpía infernal que espero no tenga hijos, se acuclilla sobre los restos sepulcrales que acaba de extraer y orina sobre ellos soltando chillidos que crispan los nervios mejor templados. Es un espectáculo repulsivo que no hace más que comenzar.