
A medida que avances por el vientre del edificio, comenzarás a escuchar una serie de gritos. Al principio serán apenas audibles, como si se originaran en un punto distante; pero cuanto más te acerques al final del corredor, más ruidosos se volverán, hasta que resuenen tan fuerte que parecerán consumir todos los demás sonidos. Pronto, el estruendo se volverá tan doloroso que sentirás la implacable necesidad de desgarrarte tus propios oídos para escapar de él. Es aconsejable resistir este impulso, o será imposible finalizar tu búsqueda. El empleado te mostrará una puerta, cubriéndose ambos oídos mientras lo hace. Tan rápido como pueda, abrirá la puerta y huirá, dejándote sólo en este estrecho y oscuro pasillo.
Ésta será tu última oportunidad de escapar. Si decides continuar, abre la puerta; el perforador lamento acabará abruptamente dejando tus oídos zumbantes. El cuarto al que entrarás estará cubierto por una devoradora y casi tangible oscuridad, excepto por el extremo más alejado de la habitación. Allí, esposada a la pared, estará una figura famélica en carne viva. Te mirará fijamente con una expresión maníaca plantada en su rostro, a pesar de estar lleno de heridas, y con un escalpelo a medio enterrar en su pecho. Ahora será tu única oportunidad para salvarte, y la única manera es preguntar “¿Quién los creó?”