Mostrando las entradas con la etiqueta barrica. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta barrica. Mostrar todas las entradas

martes, 24 de julio de 2012

"La barrica de amontillado" de Edgar Allan Poe

Había tolerado cuanto me fue posible las mil injusticias de Fortunato; pero cuando se permitió el insulto, juré vengarme. Vosotros, que conocéis bien la naturaleza de mi alma, no supondréis, sin embargo, que esto fuese una simple amenaza; era preciso vengarme al fin, y estaba completamente decidido; pero la sinceridad misma de mi determinación excluía toda idea de peligro. Debía castigar, pero impunemente; una injuria no se lava cuando el castigo alcanza a quien la aplica, ni queda satisfecha si el vengador no tiene cuidado de darse a conocer al que infirió la injuria.
Conviene que todos sepan que yo no había dado el menor motivo a Fortunato para dudar de mi benevolencia, ni por mis palabras ni por mis actos; según mi costumbre, continué sonriendo cuando me hablaba, y no adivinó que mi sonrisa sólo revelaría en adelante la idea de mi venganza.
Fortunato tenía una debilidad, aunque fuese por todos conceptos un hombre respetable, y hasta temible: se vanagloriaba de ser muy inteligente en vinos. Pocos italianos poseen el verdadero espíritu investigador; su entusiasmo se manifiesta y adapta las más de las veces según el tiempo y la ocasión, y su charlatanismo resulta propio para influir en el ánimo de los millonarios ingleses y austriacos.
En cuanto a pinturas y piedras preciosas, Fortunato, así como sus compatriotas, era un charlatán; pero en materia de vinos rancios, no dejaba de ser entendido. Por este concepto, yo no difería esencialmente de él, pues conocía bien los de Italia, y compraba grandes cantidades cuando podía.
Cierto día de carnaval, al oscurecer, encontré a mi amigo, que se acercó a mí con la más afectuosa cordialidad, sin duda porque había bebido mucho. Mi hombre iba disfrazado; llevaba un traje ceñido, y la cabeza cubierta con un sombrero cónico guarnecido de campanillas. Me alegré mucho de verle, y creí que no acabaría nunca de estrecharme la mano.
-Querido Fortunato -le dije-, el encuentro es oportuno. ¡Qué buen semblante tiene usted hoy! Digo que me alegro de verle porque he recibido una pipa de amontillado, o por lo menos de un vino que me dan como tal, y tengo mis dudas.
-¿Una pipa de amontillado? -replicó mi amigo-. ¡No es posible! ¡En medio del carnaval!
-Tengo dudas -repuse- y he cometido la torpeza de pagar todo el valor sin consultar con usted antes. No le he podido encontrar, y he temido perder la ocasión de hacer la compra.
-¡Amontillado! -exclamó mi amigo.
-Repito que tengo mis dudas.
-¿Sobre si es amontillado?
-Sí, y quiero saber a qué atenerme.
-¿Respecto al amontillado?
-¡Sí, hombre! Y como sin duda le habrán hecho alguna invitación a usted, voy a buscar a Luchesi, pues si hay algún inteligente, seguramente es él. Luchesi me dirá…
-Luchesi es incapaz de distinguir entre el amontillado y el Jerez.
-Y, sin embargo, ese imbécil sostiene que es tan inteligente como usted.
-¡Vamos, vamos!
-¿Adónde?
-A su bodega.
-No, amigo, no quiero abusar de su bondad; veo que está usted convidado, y de consiguiente, Luchesi…
-No estoy convidado. ¡Vamos!
-No, amigo mío; no lo hago por la invitación, sino porque me parece que está usted padeciendo a causa del frío, y en la bodega hay mucha humedad; las paredes están cubiertas de nitro.
-No importa, vamos; el frío no vale nada. Es preciso ver ese amontillado; sin duda ha sido usted víctima de un engaño; y en cuanto a Luchesi, es incapaz de distinguirlo del Jerez.
Así diciendo, Fortunato me tomó del brazo; yo me puse una careta de seda negra, y embozándome en la capa, me dejé conducir hasta mi palacio.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...