
guerra, y los asesinatos eran comunes y frecuentes. Recuerdo que durante una época particularmente viciosa, cuando los bombardeos raramente se detenían, me quedaba en casa sentado frente a mi televisión viendo un show muy, muy extraño.
Era un show para niños que duraba alrededor de 30 minutos y contenía extrañas y siniestras imágenes. Hasta el día de hoy creo que fue un intento apenas velado por parte de los medios de usar tácticas de miedo para mantener a los niños en su lugar, ya que la moraleja de cada episodio giraba en torno a ideologías muy tensas: cosas como “los niños malos se quedan levantados hasta tarde”, “los niños malos meten sus manos debajo de las mantas cuando duermen” y “los niños malos roban comida de la heladera por la noche”.
Era muy extraño, y en árabe para colmo. No entendía mucho, pero en general las imágenes eran muy gráficas y comprensivas. Sin embargo, lo que más quedó grabado en mí fue la escena de cierre. Se parecía mucho en cada episodio. La cámara se acercaba a una puerta cerrada, vieja y oxidada. A medida que se acercaba a la puerta, gritos extraños y a veces incluso agonizantes se hacían más audibles. Era extremadamente aterrador, especialmente para un programa infantil. Entonces un texto árabe aparecía en la escena, diciendo: “Ahí es donde van los niños malos”. Eventualmente tanto la imagen como el sonido iban desapareciendo, y ese era el final del episodio.
Unos 15 o 16 años más tarde me volví fotógrafo periodístico. Aquél show había estado en mi mente durante toda mi vida, apareciendo en mis pensamientos esporádicamente. Eventualmente fue demasiado, y decidí hacer una investigación.